Cualquier enciclopedia o diccionario que se consulte para saber qué es la persona humana, estarán de acuerdo que se trata de un individuo de la especie humana. Los juristas lo definen como un sujeto, objeto de derechos y obligaciones, y todo eso está bien. Sin embargo, para quienes se van a dedicar a liderar, al apostolado de servicio a los demás en la búsqueda del bien común, esa definición de persona humana no puede ser suficiente.
El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia establece que "la persona no debe ser considerada únicamente como individualidad absoluta, edificada por sí misma y sobre si misma, como si sus características propias no dependieran más de sí misma..."
Jacques Maritain afirma que "cuando decimos que un hombre es una persona, queremos decir que no es solamente un trozo de materia (...) ¿Dónde está la libertad, dónde está la dignidad, dónde están los derechos de un trozo individual de materia? (...). El hombre es un individuo que se sostiene a si mismo por la inteligencia y la voluntad; no existe solamente de una manera física; hay en él una existencia más rica y más elevada, sobreexiste espiritualmente en conocimiento y en amor..."
Para ayudarnos a comprender la riqueza y complejidad del concepto de persona humana, Pedro Alfonso del Pino, en el curso de Principios Fundamentales de la Política: Una Visión desde el Humanismo Integral, que es parte del programa de Integral de Capacitación de Líderes del IFEDEC, dice que es necesario analizarlo desde cuatro dimensiones: materia, espiritual, individual y social.
La dimensión material, puesto que su existencia requiere de una serie de condicionamientos físicos y materiales, comida, vestido y vivienda por ejemplo. Comprender que para vivir la persona requiere cierto bienestar familiar. De la comprensión de esta dimensión surgen los valores del trabajo, la propiedad y el salario, como producto del esfuerzo del hombre, que mediante su inteligencia y voluntad, contribuye a su propia perfección y el de la sociedad.
La dimensión espiritual, que es la que nos hace persona y nos diferencia del resto de la Creación. Las personas tenemos una dimensión espiritual, ya que estamos para trascender en el tiempo. De aquí la importancia de la familia, de los valores, la ética, la educación ciudadana, en fin, del amor, que resume la intensa espiritualidad del hombre.
La dimensión individual, ya que cada perdona es un ser único e irrepetible, y diferente a todos los demás. Es un proyecto de vida, con características, aspiraciones y proyectos propios, que merece respeto y apoyo. Todo esto entendiendo que el hombre no puede subsistir individualmente porque también es un ser social que necesita de la ciudad, que es parte de un todo que es la sociedad, y que su realización parte de la comprensión de su individualidad y su naturaleza social.
Y la dimensión social, como se ha dicho, por la necesidad de otros para vivir. Desde reproducirse, crecer en una familia, desarrollar el lenguaje, hasta estudiar, compartir objetivos comunes, son cosas inmanentes a la persona humana, a la naturaleza humana, que es una naturaleza personalista y comunitaria, cosas que debemos armonizar para el crecimiento de la persona y de todas las personas.
Así las cosas, la persona humana necesita de la armonía entre la dimensión individual y la social, entendiendo que a la persona hay que respetarla individualmente, pero también hay que ocuparse de los temas sociales como la salud, la economía, el trabajo y la vivienda, que completan los requerimientos para su existir en su dimensión material. Y para completar una visión integral de la persona humana, hace falta complementarlo con la dimensión espiritual, y de ahí la necesidad de políticas públicas que protejan y fomenten la familia, el matrimonio entre un hombre y una mujer, la protección de la vida, los valores de la ética y la educación, ya que el sólo bienestar económico no produce la felicidad y bienestar de los pueblos.
Manuel Rivero
@mrmanuelrivero